Las relaciones entre el mercado, el Estado y los ciudadanos ha ido modificándose a lo largo de los años. Con el ascenso del capitalismo, formalizado por escritos de pensadores como Adam Smith, toma fuerza el mercado como ámbito donde los individuos guiados por su propio interés realizarían la asignación de recursos óptima. El Estado se transforma en un garante de los derechos de propiedad y los ciudadanos no son considerados como colectivo sino como una suma de individualidades que toman decisiones racionales.
Los resultados en lo económico fueron evidentes y el desarrollo del comercio internacional permitió una era de comercio en paz. Sin embargo, también se hizo evidente que las fuerzas del mercado libradas a su autocontrol no producían efectos beneficiosos en lo social y la ausencia del Estado como ente regulador llevó a que se sucedieran crisis especulativas y de sobreproducción.
Ambas cosas llevaron a repensar los roles con la preocupación de que los mercados funcionaran más eficientemente, se corrigieran los efectos no deseados en lo social y en un marco democrático para la toma de las decisiones políticas. Aparecen las ideas de que el Estado debe ocupar un lugar central en la coordinación de los agentes en los mercados. Asimismo, la idea de solidaridad y reciprocidad comienza a ganar fuerzas como soluciones a la «cuestión social».
En la actualidad es cada vez más evidente que el mercado no corregirá las fallar que su mismo accionar genera. El Estado, apremiado por fuertes restricciones financieras, se vuelve limitado para cumplir su función de regulador y redistribuidor. Se observa, entonces, la presentación de propuestas radicales entre el mercado y el Estado.
Sin embargo, una tercera alternativa también es posible. Esta supone un nuevo pacto social que (re)sitúe los roles de los diferentes actores. ¿Qué mercado, qué Estado y qué sociedad? ¿Cuáles deben ser sus responsabilidades? ¿Qué relaciones deben existir entre ellos? son las preguntas claves que es necesario ir contestando teniendo como principio básico que la economía y el Estado debe estar al servicio del ser humano a la vez que dar respuestas a nuevos desafíos como los ambientales y la demanda de las minorías.
Algunas de las respuestas vienen desde los diversos movimientos de la economía social y la economía de la solidaridad, de los nuevos movimientos a favor de la participación social en las decisiones económicas y la autogestión.
Finalmente, la actual crisis económica mundial, quizá una de las más profundas en lo que se tiene memoria, constituye una oportunidad para repensar la nueva conformación hacia una economía más solidaria y de rostro humano.
Viernes 14 de agosto
Sábado 15 de agosto
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